Dos semanas antes de Navidad, Manhattanáse llena de escaparates decorados en rojo yáverde. Estoy sola frente a los famosos almacenesáVivant cuando un hombre encantador y muy atractivoáme pregunta qué opino sobre la decoración. «Es unádesastre absoluto», digo, incapaz de mentirle. Ahora estoy trabajando para él mientras pongo toda miáatención en sus escaparates e intento no fijarme en loámucho que me gusta. La suerte nunca ha estado de miálado, así que no voy a arriesgar mi empleo. Trabajaré sinádescanso y aprovecharé esta oportunidad del destino.Y si al final la pasión es más fuerte y nos arrastra a losádos, trataré de recordar que, en realidad, la culpa laátuvo un escaparate navideño.